Tras una gira de cinco fechas por España —que, si mi memoria no me falla, fue la primera vez que llevó a Kraken a tocar en tierras europeas—, la banda más grande del metal colombiano volvía a poner los pies sobre esta tierra. El reencuentro con sus compatriotas tendría lugar en el Lourdes Music Hall el 25 de julio. Como no podía ser de otra manera, la confusión respecto a la fecha del concierto tuvo en vilo a varios fans —incluyéndome a mí—, que no sabíamos bien cómo organizar nuestros calendarios para cumplir la cita con el titán del rock nacional una vez más.
Sin
embargo, una vez superado el impasse, y con una boletería que —hasta donde sé—
se antoja exitosa, el regreso de Kraken a los escenarios bogotanos prometía ser
el momento de refrendar el éxito cosechado en Europa ante los esquivos —y a
veces ingratos— fans de la capital.
La noche
comenzó con Royal Project, unos conocidos de la escena bogotana que
cumplieron muy bien su función de calentar los ánimos. Como buenos amantes del
rock, el público disfrutó de la actuación de estos expertos en tributar los
clásicos del género, haciendo más llevadera la espera.
A las 11:50
p. m., tal como indicaba el programa, las luces se apagaron. Rubén Gelves,
Julián Puerto, Andrés Ramírez, Ricardo Wolff y Andrés Leiva salieron al
escenario. De inmediato, todos reconocimos el intro del primer tema de la
noche: el piano que da inicio a Palabras que sangran. Roxanna Restrepo,
llevando la melodía con la voz, nos invitó a unirnos al canto mientras las
guitarras se sumaban a la interpretación. Cuando todos los instrumentos se
acoplaron y estalló la canción, Roxanna apareció en escena con su presencia
inconfundible y la energía necesaria para completar el grupo que haría del 25
de julio una noche inolvidable, y del 26, un comienzo perfecto.
La
interacción entre Roxanna y el público fue constante durante toda la noche. Y
qué decir del épico estribillo de Palabras que sangran: no hay mejor
momento para ubicarlo que al principio del concierto, cuando las voces aún
están intactas para gritar sin miedo y entregarnos por completo al vuelo
musical que supone ver a Kraken en vivo.
La cita apenas comenzaba, y Roxanna ya lanzaba la pregunta que todos los fans de Kraken llevamos esperando más de 20 años responder en cada concierto: «¿De qué cosa no quiero que me hables, Bogotá?» Por supuesto, las voces estaban listas para corear No me hables de amor, que nos devolvió 38 años atrás hasta el Kraken I. Inmediatamente después llegó Aves negras, en mi opinión uno de los temas más exigentes en cuanto a voz y progresiones rítmicas, interpretado con el respaldo de un público completamente entregado tras ese arranque con tres clásicos imprescindibles de la banda.
Luego Roxanna tomó la palabra para contarnos que venían de una gira por España defendiendo su más reciente álbum, Kraken VII: Los pasos del titán, y que compartirían también ese nuevo material con el público bogotano. Así llegó Sombra desnuda, la primera canción original de Kraken que Roxanna interpretó hace alrededor de cinco años. Fue grato ver a tanta gente coreándola —yo el primero— con el mismo entusiasmo que los clásicos. Después, la banda nos regaló una de las canciones que más disfruto en vivo desde la llegada de Roxanna, Cuervo de sal, una joya del Humana deshumanización que han sabido incorporar en un repertorio lleno de verdaderos himnos. Quiero creer que los músicos de Kraken también han aprendido a disfrutar tocar esa canción tanto como yo escuchándola y, siendo así, espero que la sigan tocando en todas sus presentaciones. Pero a los fans nos gustan los clásicos. Kraken lo sabe, y por eso la siguiente fue nuevamente un viaje al Kraken I con la contundente Escudo y espada.
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Tomada de: Facebook oficial de Kraken |
Para no
perder la energía retomada con Escudo y espada, la séptima canción de la
noche fue la más contundente de su Kraken VII, Hombre mito, hombre
leyenda. Sobra decir que fue una interpretación impecable de los músicos y
un desempeño vocal de Roxanna Restrepo que hacían olvidar que esa voz había
pasado del verano mediterráneo a la altura bogotana en cuestión de días.
Después,
para tomar un poco aire sin perder impulso, Roxanna reflexionó sobre los
momentos difíciles y los buenos maestros que pueden llegar a ser. Entonces
anunció que tocarían Sin miedo al dolor, y Luis Ramírez hizo sonar el
famosísimo intro. El Lourdes Music Hall fue una sola voz durante el coro de
esta canción que, con el tiempo, ha logrado abrirse un lugar entre los clásicos
de la banda.
Y hablando
de clásicos, Frágil al viento lo es por méritos propios. No creo que
haya un momento de mayor comunión entre la banda y los fans. No importa si la
tocan al inicio, a la mitad o al final: la voz del público está presente de
principio a fin. Y no es para menos. Esta canción nos recuerda que, más allá
del desamor, lo que duele no es que los romances terminen, sino que terminan,
que no volverán, y que todo lo dado, vivido y sentido se va. Ya la madrugada
del 26 de julio era testigo de esa voz colectiva, entregada a esta balada tan
sentida como admirada.
Aprovechando
ese momento de emotividad, Roxanna agradeció al público bogotano y comenzó a
cantar a capella: «No vivas para ser por temor
la presa de otros sueños, se vive una vez para ser eternamente libre». De
inmediato, la banda acompañó los acordes de la eterna Muere libre,
marcando el tránsito entre la emotividad y el festejo absoluto. Yo, que hace 20
años llegaba del colegio a poner Kraken: Huella y camino en la grabadora
de mi casa, siempre he sentido que cuando llega Muere libre, llega el
fin del concierto. Así que mi emoción venía acompañada de cierto desconcierto,
apenas habían tocado 10 canciones. Era tarde, sí, pero no lo suficiente. Todos
podíamos dar más si Kraken nos lo permitía. La canción terminó y el escenario
se apagó. Afortunadamente, el susto fue solo eso: un susto.
Tras un par
de minutos, la banda regresó anunciando el tramo final de su presentación. Lo
importante era que la música seguía. Tocaron El silencio del marfil, la
primera canción del Kraken VII, y para mí la más completa y disfrutable
del álbum, una muestra del virtuosismo individual de cada miembro, que juntos
logran crear piezas tan memorables como esta. Le siguió Flores de trébol,
una canción contundente y que
siempre que escucho quisiera cantarla y escucharla aún más fuerte, ya con la
voz maltrecha por las 11 canciones previas los asistentes del Lourdes Music
Hall lo dimos todo en una canción que merece ser cantada por todos, que nadie
se quede callado mientras esta suena.
Nuevamente
las luces del escenario se apagaron, esta vez por un periodo más breve de
tiempo. Después, sólo se iluminó el teclado y Rubén Gelves hacía sonar los
primeros acordes de Vestido de cristal, quizás la introducción a Kraken
de todos sus fans, la canción más conocida de la banda y, por supuesto, un
himno que recordaba la trascendencia de Kraken a través del tiempo y de los
músicos. La esencia, la creatividad y el legado de Elkin Ramírez estaban en el
Lourdes Music Hall esa madrugada, y los fans lo estábamos presenciando y
honrando.
Después
llegó otra balada: No importa que mientas, del Kraken VI, grabada
por Elkin mientras luchaba contra su enfermedad. Es una de las más emotivas de
su repertorio, y el público la recibió con respeto y emoción. Si alguien dudaba
de que este bloque de canciones era un homenaje a Elkin, los acordes de Lenguaje
de mi piel y la dedicatoria de Roxanna —esta vez no solo a Elkin, sino
también a Ozzy Osbourne, fallecido días antes— lo hicieron explícito. Una vez
más, fuimos una sola voz cantando esta gran canción, celebrando al responsable
de que, después de 40 años y aún tras su muerte, Kraken siga sonando,
componiendo y tocando.
Finalmente,
y como no podía ser de otra manera, el cierre fue con la canción que dio inicio
a este proyecto hace ya 41 años: Todo hombre es una historia. En lo
personal, este tema es mi brújula vital; mi vida se divide entre antes y
después de haberlo escuchado por primera vez. Por eso, cada vez que lo oigo en
vivo es como si fuera la primera. Ya con la voz rota y los pies destrozados,
grité y salté con una canción que llevo grabada en el alma. Estoy seguro de que
muchos otros en el público también.
Así, Kraken
terminaba una presentación más en Bogotá, dándolo todo y dejando más que
conformes a sus fans. Desde el fallecimiento de Elkin Ramírez, siempre que los
he visto en vivo reflexiono sobre el hecho de que es un verdadero privilegio
poderlos seguir viendo. Que hayan decidido seguir con una banda fundada y
sacada adelante por una figura irreemplazable, a pesar de la nostalgia, a pesar
de las críticas y comentarios de los cobardes de las redes sociales, a pesar de
todo. Pero parece que no todos son conscientes de ello y suelen dar a Kraken
por sentado, por lo que el apoyo siempre es menor al que merece una institución
del rock colombiano con unos integrantes absolutamente virtuosos y
profesionales.
Sueño con
el día en que Kraken, sin una orquesta filarmónica detrás —algo que se dice
fácil, pero que pocas agrupaciones del mundo han conseguido—, logre un sold
out en Bogotá, algo que resultaba difícil incluso con Elkin Ramírez en
vida. Entre tanto, seguiré apoyando a esta banda, a estos músicos que han
marcado y siguen marcando mi vida, mientras no puedo hacer más que agradecer
que Kraken siga viviendo, y ojalá lo hagan muchos años más.